miércoles, 3 de marzo de 2010

LA PRINCESA EN SU JARDÍN


Como cada tarde, la hermos…, bueno la princesa salía a pasear por su jardín acompañada de su matamoscas, ¿y por qué?, porque le molestaban las abejas y los insectos que revoloteaban entre sus hermosas, esas sí, hermosas flores.

Con su cara de enfadada comenzaba a atusar a los pobres bichitos, “¡
fuera de aquí!, ¿qué hacéis entre mis flores, no veis que molestáis?, mis flores son demasiado hermosas para vosotros, largo de aquí”…

Casi siempre algún bichito en forma de abeja le daba un picotazo y tenía que volver sollozando a palacio, aún con más cara de enfadada.

Una mañana, al levantarse, la herm…, bueno la princesa, decidió hablar con el consejero de su padre el rey, para ver qué podía hacer, ya que le daba vergüenza ordenar al ejército que acabara con los bichos, primero la llamarían boba, y segundo pisotearían sus hermosas flores…

El consejero escuchó atentamente a la herm…, bueno a la princesa.

- “Consejero, -dijo a gritos y muy enfadada-, no quiero que esos malditos insectos y esas malvadas abejas revoloteen por mi jardín, lo afean y me pican, y tengo que liarme a matamosquitazos con ellos, y eso no es digno de una princesa como yo”.

El consejero con su cara amable y una voz dulce le contestó:

- “
Majestad, ¿y si tranquilamente prueba a sentarse plácidamente en su jardín a contemplar sus hermosas, esas sí, hermosas flores, y a preguntar a esos malvados bichos, como vos los llamáis, qué hacen ahí?
Princesa
, -dijo el consejero-, TODOS, hasta los insectos o el más insignificante bicho, tenemos una importante misión en la vida, ellos conocen la suya, pregúnteles sin miedo, no le picarán, le atacan porque tienen que defenderse de su matamoscas… ¿lo comprende, Princesa?”

- “Bueno, probaré lo que me decís, por ser el consejero de mi padre el rey, y por la confianza que él tiene en vos”.

- “¡
Ah, Princesa!, sonría cuando pasee esta tarde por su jardín, una sonrisa le ayudará”.

La princesa después de tomar el té de la tarde, como siempre, salió a pasear a su jardín…

- “Sonreír, sonreír, eso es lo que me ha dicho el consejero que debo hacer, sonreír, sonreír…”,-se decía a sí misma la princesa-.

Y sonriente, la princesa se sentó junto a un rosal repleto de hermosas rosas amarillas. Entre las rosas revoloteaba una abeja, que al ver a la princesa se puso en guardia esperando un grito o que le atusara con el matamoscas pero…

- “¡Hola abejita!, no tengas miedo hoy he venido sin matamoscas, solo quiero preguntar ¿porqué estáis revoloteando entre mis hermosas flores y me picáis?, ¡estropeáis mi jardín!”.

- “
Princesa con todos mis respetos, no queremos picarle, pero nos asustamos de vos cada vez que gritáis y nos amenazas con el matamoscas. Tenemos una misión que realizar en el jardín, sin nosotros, no habría polinización y la próxima primavera las flores no embellecerían el jardín de su palacio. En nuestras patitas transportamos el polen para crear vida cada nuevo año, además también gracias a que revoloteamos entre las flores fabricamos la rica miel que endulza las tostadas del desayuno que tanto le gustan…”

- “¡Ah!, perdonad, yo no sabía nada de eso. A partir de ahora os cuidaré tanto como a mis flores. Muchas gracias por haberme aclarado la duda”.


- “¡No hay de que princesa! Es nuestra misión. ¡Por cierto princesa, sonría cuanto pueda que está muy hermosa!”.

La, ahora sí, hermosa princesa fue sonriendo a palacio para contar al consejero lo sucedido, también pensaba en cual podía ser su misión… pero esa es otra historia.

El consejero al escuchar lo ocurrido se alegró muchísimo por la ahora sí, hermosa princesa, y le dijo: “no olvides nunca que comunicarse de forma adecuada y desde el corazón con los demás, es absoluta magia”.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado
.
(Aurora Aljama)

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